Las cautivas del Cristo Redentor
Escapan de Colombia, quedan atrapadas en Argentina
Al llegar a Mendoza hay que mirar al oeste. La montaña así lo impone. Picos nevados en el fondo; una trama marrón de cerros; imagen perfecta para una postal. Pero Eliana le da la espalda a la Cordillera de los Andes, quizás resignada por los intentos frustrados para cruzar a Chile y todo lo que vino después. Está sentada junto a otras mujeres en las escalinatas de la Terminal de ómnibus, un lugar donde todo se puede comprar y vender: droga, armas y personas.
Eliana es Colombiana y muy picante para hablar. Parece curtida. Por eso toma una lapicera y se decide a escribir ella parte de la historia que va a relatar. “BUENAVENTURA”, pone. Así, en mayúsculas y subrayado. “De ahí venimos”, dice la mujer negra, que se tuvo que acostumbrar a las miradas indiscretas y a que aquí lo primero que le dirá un hombre es “cuánto cobrás”, antes que “buen día”. “Igual los hombres argentinos son amables, las mujeres en cambio…”, dice. Usa toda la hoja de un cuaderno pequeño y resalta otra palabra. “VIOLENCIA”.
Hay algo que llama la atención; es su forma de tomar la lapicera. Lo hace con el dedo medio. El índice lo tiene cortado de cuajo; inutilizado. “Colombia”, resume y esquiva detalles. Puede ser una metáfora. Viene desde uno de los sitios más marginados y con mayor grado de violencia de ese país. Tanto, que tiene una de las tasas de homicidios más alta de América y también es el lugar con mayor cantidad de desplazados: más de 100 mil en una década y 13 mil durante 2013. Noticias de personas mutiladas por las bandas armadas son frecuentes en Buenaventura. Por eso emigró. Moverse; escapar, es algo que se ha metido en el ADN de los bonaverenses. Eliana huyó de esa violencia, pero cayó en otra trampa.
Frente a las escalinatas hay unos hombres sentados en un bar. Alcanzan algunas señas marcadas a 20 metros de distancia para que las chicas entiendan. Entonces la charla se corta, también de cuajo. Cuesta creer que Eliana está cautiva. Camina sin ataduras visibles por esa zona de Guaymallén; se viste bien y se ve atractiva. Pero la mujer está atrapada entre la ilusión, inútil, de querer atravesar el paso Cristo Redentor, y la realidad que hoy vive. Debe prostituirse en Mendoza y aceptar cualquier propuesta para poder sobrevivir; siempre obedeciendo órdenes y sin poder disponer ni siquiera de su cuerpo. Se muda constantemente y parece invisible para la mayoría.
Es viernes y tiene un problema para resolver: dónde pasar el fin de semana. La Casa del Inmigrante, una residencia de la iglesia donde se aloja temporalmente, va a sacar a todos porque hay un retiro espiritual. La última opción que le queda a Eliana es volver a la casa del “Buitre”; una especie de cafisho que ronda por la Terminal.
Viajar desde Colombia hacia Mendoza para intentar ingresar a Chile no es una decisión cómoda. Pero es la menos riesgosa. Las fronteras del norte de chileno están vedadas para colombianos. Pasos como el de Colchane, en la frontera con Bolivia, se han transformado en campos de refugiados. Incluso en el tránsito por el norte se dan situaciones insólitas, como choferes de colectivo que les retienen el pasaporte a para evitar que bajen antes de llegar a Argentina. Allí la opción es elegir el camino largo y agachar la cabeza, hasta cuando hay reiterados pedidos de coima en el camino.
Las cautivas del Cristo Redentor pasan meses intentando cruzar hacia Chile, pero no pueden. Es una tentación porque, dicen, la plata chilena rinde. Los pesos argentinos ya no valen lo de antes. Muchas de las que lo logran, tarde o temprano son deportadas. Del otro lado tampoco las espera el paraíso: las mujeres colombianas también son usadas en prostíbulos de Santiago y otras localidades chilenas. Igual a la mayoría se les corta el viaje de ida. “Te frenan. Si sos mujer y colombiana, no te dejan pasar”; explica Eliana. De vuelta en Mendoza, con las defensas más bajas aún, hay quienes las esperan.
La trata de personas para explotación sexual es uno de los negocios ilegales más rentables y ahora requiere mucho menos de la fuerza. El secuestro de mujeres de manera violenta es cada vez menos frecuente, pero por una razón simple: no les hace falta. Alcanza con limar la autoestima, aprovecharse de la marginación y hasta el hambre de las mujeres para construirles un único camino como salida.
El paso
Camiones cargados al tope que llegan boqueando y largando humo negro por la altura; decenas de colectivos repletos con argentinos que van a comprar a Chile; cientos de autos con chilenos que van a visitar Mendoza. Todos apurados para cruzar antes de que el Paso cierre y con temor a quedar varados a más de 3 mil metros de altura.
Es el mismo camino que hacen al menos 2 millones de personas al año que cruzan de un lado al otro del Cristo Redentor, el principal punto de unión y comercio entre Argentina y Chile. Al cerrojo natural que forman las montañas, se le suman policías que controlan. Agentes de la Aduana que controlan. Empleados de Migraciones que controlan. Gendarmes que controlan. Perros labradores que controlan. Esquivarlos parece imposible.
Maira lo sabe. Estuvo en Chile, se le venció la visa de turista le recomendaron hacer una visita fugaz a Mendoza para renovar su permiso. Pero fue un viaje de ida. Intentó volver varias veces y siempre la rebotaron en el Cristo Redentor. Negra, colombiana y con antecedentes de “ilegal” en ese país; un freno aún más duro que la montaña.
Ese peregrinaje lo hacen miles de colombianos por año. En 2010 sólo 400 colombianos habían pedido la residencia en Argentina. En 2013 fueron 13 mil y en los últimos 4 años más de 40 mil, superando a los inmigrantes de países vecinos como Chile y Uruguay. Viajan 5 mil kilómetros desde Buenaventura o Cali para intentar una vida mejor y mandar remesas hacia Colombia. El trayecto no es fácil. No sólo llegan con los pies hinchados luego de una semana arriba de un colectivo.
El Cristo Redentor es también el paso frecuente para algunos de los negocios ilegales más rentables del mundo. Las organizaciones criminales usan distintas estrategias para tratar de superar los obstáculos. El tráfico de droga es más fácil de controlar para las autoridades porque se trata de una mercadería tangible; lo saben los simpáticos canes que llevan batidos varios record de decomisos. Pero los perros, los scanners y todo ese ejército de control no están preparados para detectar la voluntad quebrada de las víctimas de la explotación que atraviesan o intentan atravesar el Cristo Redentor.
A Maira la rebotaron, pero abajo, en el llano, la esperaban. Como la mayoría de las colombianas que frustran su paso a Chile, quedó al desamparo. Cuando bajó de la montaña ya la habían marcado. Con las defensas por el piso, la propuesta que escuchó parecía la única salida: viajar hacia el norte para un supuesto trabajo de mesera. La oferta se la hizo otra colombiana y al otro día ya le tenían su vida armada.
“Soy el caballero del pasaje de las niñas”, le dijo otro colombiano, alto, de tez morocha y pelo corto negro, al agenciero de Autotransportes San Juan. En su mano tenía 5 pasajes con destino a Jáchal, una localidad ubicada a 320 kilómetros de Mendoza y 160 de la capital de San Juan y que se convirtió en un lugar de paso para muchos trabajadores mineros. Cinco pasajes para cinco mujeres. Entre ellas estaban Maira y Yesina, otra paisana que había conocido en el Cristo Redentor y que también había sido rebotada por migraciones de Chile.
Fernando. Así se llama supuestamente el hombre en cuestión; que recibe como recompensa algunos pesos por cada mujer que logra convencer. A Maira y Yesina el micro las dejó en un lugar espantoso llamado Las Bóvedas; que desde ese momento sería casa, trabajo y hasta hospital para ellas.
Las recibieron, apenas las saludan y les pidieron que se prepararan para trabajar. Las condiciones eran indiscutibles: ellas ponían el cuerpo, las ganancias se repartían 50 y 50, pero les descontaban la comida, el servicio de seguridad y otros ítems. Gladys manejaba el lugar; Germán y Carlos sus secuaces.
Yesina es asmática y el ambiente espeso de Las Bóvedas la golpeó. Entró en crisis y no podía respirar. Gladys no sólo era la regenteadora del lugar, sino también la “doctora”. “Te vas a sentir mejor”, le dijo antes de inyectarle uno de los medicamentos que tenía a mano. En el botiquín había antiinflamatorios, anticonceptivos y otros brebajes sin etiqueta. “Era un frasquito marrón que tenía un líquido y que lo mezclaron con otro frasquito que tenía un polvo blanco”. Eso es todo lo que supo Yesina. Pocos minutos después estaba más grave y abandonada en la guardia del Hospital, con una amenaza a cuestas: no decir de dónde venía.
Ambas mujeres fueron rescatadas en uno de los operativos más grandes realizados. Fueron allanados cerca de 20 prostíbulos en distintas localidades de San Juan (entre el 2012 y 2013), que dieron lugar a una megacausa que aún espera por ir a juicio. A pesar de las pruebas, no se siguió investigando. Una de las compulsas pedidas por la fiscalía era seguir la ruta de la trata desde Mendoza. Esa investigación nunca se siguió, a pesar de que hasta estaban identificadas las personas que formaban parte de la red. Lo mismo en cuento a la connivencia oficial. La mayoría de los prostíbulos allanados eran custodiados por la policía, sumando más amenazas para las víctimas. Las mujeres que son captadas en Mendoza pueden ser prostituidas acá, pero muchas son enviadas hacia el norte del país y también hacia la Patagonia, en la llamada ruta petrolera.
El sistema de captación de mujeres sigue aceitado. Incluso el Cristo Redentor forma parte de un intercambio: cada vez hay más mujeres argentinas que son prostituidas en Chile. Cada temporada son miles las cordobesas y mendocinas que viajan a la costa del Pacífico tras las promesas de trabajo. Ya se detectaron casos de engaño en algunos de esos avisos. En 2012, por ejemplo, fue descubierta una organización liderada por un argentino que prostituía mujeres en pleno Las Condes, el corazón de la alta sociedad de Santiago de Chile.
Sobrevivirla
La pared todavía tiene una parte de la faja de clausura pegada. Pero lo que ocurre adentro no es el peor recuerdo que tiene Luz del lugar. “Güemes 402”, repite. La dirección no se le borra más. Allí pasó varios meses en los que vivió algo muy similar a la tortura. Esa casa ha funcionado como pensión, prostíbulo informal y sitio de “amontonamiento” de inmigrantes. Una vez lo clausuraron y la situación empeoró. Todos se mudaron a la calle y a un utilitario. En total 16 personas viviendo dentro de un furgón, estacionado sólo a una cuadra de la terminal, y a no más de 10 del kilómetro cero de Mendoza. “Taparon las ventanas y ahí dormíamos todos. Era una tortura. Había una mujer embarazada, niños, muchas mujeres. Me tomaba el día para descansar de lo que pasaba a la noche”, recuerda Luz con angustia.
La mujer ya está más arraigada, pues fue de las primeras que quedó varada en Mendoza. Igualmente pasaron 4 años y sigue extrañando no sólo a la mitad de su familia que quedó en Buenaventura, sino también la vida cotidiana. El olor a mar, el arroz endiablado, los mariscos frescos, los jugos de frutas tropicales y sobre todo las fiestas. En Buenaventura todo parece estar mal; pero siempre hay algo para festejar. Música y baile no faltarán jamás. Cuando Luz lo recuerda, le cambia la cara. “Alguien pone música y hay fiesta. Las festividades se viven diferentes. Por todas las casas hay fiesta. Usted se mete y no pasa nada. Ahí no hay problemas, los problemas están fuera de la fiesta”. Claro que Luz no pierde de vista las razones de su viaje. “El problema es que allá aunque haya trabajo no quieren trabajar. Es más fácil salir a matar. Si a un joven le pagan un sueldo por mes por un trabajo; le ofrecen lo mismo por matar a alguien y en 5 minutos lo resuelve”, dice. Las dudas de Luz están en si también se importaron desde Buenaventura esas prácticas.
La corriente de inmigrantes colombianos sorprendió. En Mendoza formaron una colectividad en los alrededores de la terminal y ahora fueron “corridos” hacia la Cuarta Sección de Ciudad. Con ellos también llegaron algunas actividades que generan sospechas, como el sistema de usura que acostumbran a usar para “ayudarse”. Se trata de los préstamos “gota a gota”, que se pagan por día y con consecuencias nefastas para los deudores. Al principio esos créditos se ofrecían sólo entre colombianos, pero ya se extendió a comercios y particulares mendocinos.
La otra pata es la polémica Iglesia de Dios Ministerial de Jesucristo Internacional. La líder espiritual de esa comunidad, María Luisa Piraquive, está sospechada de colaborar con el narcotráfico. Luego de las acusaciones desde Mendoza grabaron un video de apoyo hacia María Luisa.
Hay algo que impide que Luz y la mayoría de las colombianas crucen el límite de la avenida San Martín, la vía principal que corta a Mendoza de norte a sur. Para los mendocinos, orgullosos de su Ciudad, puede parecer difícil de entender. Mientras Luz habla en la plaza Pellegrini las miradas incomodan. Siempre de arriba hacia abajo. Incluso las miradas se sienten aun estando de espalda. Mendoza no era racista; claro, hasta que aparecieron los negros. “Las diferencias se marcan”, asegura Luz, que detrás de su timidez para hablar esconde el dolor de haber dejado media familia a más de 5 mil kilómetros de distancia.
Las mujeres colombianas que son prostituidas quedan a merced de lo que se les ocurra hacer a sus “clientes” entre cuatro paredes. Aunque no hay restricciones para que accedan a cualquier servicio en Mendoza, sí viven bajo amenaza: no van ni al médico y se mueven en el mismo círculo. Aunque tienen derecho a tener documentos, la demora en conseguirlos les restringe el acceso a casi todos los servicios.
Ahora, incluso, es más reservado que en la época donde había wiskerías. Con la prohibición de los prostíbulos, esa actividad no desapareció en Mendoza sino que se movió a ámbitos más reservados e incontrolables como los departamentos particulares. Hay cientos en pleno microcentro y alrededores, regenteados por los proxenetas que se adaptaron a la nueva coyuntura. Algunas, muy pocas situaciones que ocurren a diario se conocen. Luz recuerda lo que le pasó a una tocaya suya. En las noticias salió que una mujer cayó desde un tercer piso de una galería. Lo que realmente ocurrió es que Luz no había sido del gusto de un “cliente” mendocino y la tiró. Del hombre, ni noticias. La mujer quedó inválida luego del golpe y desamparada. “Tocó hacer una colecta para que pueda volver a Colombia. Ella no quería a los negros y los negros la ayudamos”, recuerda ésta Luz.
Mientras habla, hay una frase que le sale con total naturalidad y pone los pelos de punta. “Es probable que haya alguna colombiana desaparecida. Puede ocurrir, pero como no tienen nadie que reclame por ellas, no se sabe. Ya ha pasado”.